12/4/10

Mi casa

Mi casa está hecha de senderos, algunos conducen a las acequias de regadío donde fluye el agua... y pasa por mis pies descalzos, y los moja, y los abraza. A los lados del camino de tierra fina y seca, que levanta polvaredas tras los pasos, se halla entre verdes matorrales, el mismísimo paraíso.

Mi casa nace en el camino de la torre -llamado así en honor a la vieja y entristecida construcción que fue destinada, en tiempos de la reconquista, a ser una de las tres torres vigías que custodiaban la ciudad árabe para defenderla de los cristianos- y ese camino se extiende más allá del rio que alcanza el barrio de cantarranas.

Mi casa es pequeña e infinita, huele a veces a tierra mojada, y en las noches de verano, del alto techo, cuelgan miles de lucecillas que nos alumbran las veladas. Tiene un pozo de agua fresca y clara que sabe a pura delicia, y un zarzal gigante con ricas moras que de no tener cuidado te tiñen la ropa -y las manchas de las moras de mi casa no se quitan con nada, por más que lo diga una copla.

Mi casa está a los pies de la gran Sierra de Baza. En los inviernos cuando nieva parece querer helarte el alma, quizás porque se pone triste y se amilana, quizás porque se siente vieja. Desde una de las cien ventanas de mi cuarto descubierto, la miro todas las mañanas. La observo durante un rato y pienso; ¡Quien pudiera mirarte siempre, desde lejos, y cuando ya no me quede mirada!

Mi casa sabe a tardes de invierno, a migas con chorizo y a gachas tortas. Sabe a uvas de las parras de mi abuelo, a los enormes tomates rojos recién cogidos de la mata, que mi padre prepara con sal y pimienta y su chorrito de aceite. Sabe a las risas de mis hermanos, las de antaño, cuando niños, y las de ahora. Sabe a las coplas que mi madre canta mientras tiende la ropa junto a los rosales.

Mi casa es suave y alegre, las ventanas abiertas de para en par, emiten risas, y sus cortinas de blanca seda revolotean en las habitaciones formando una fiesta. Tiene un gran baúl de madera con remates en bronce viejo, donde cada primero de agosto siempre guardamos el perfume de los años, de los recuerdos, de los veranos, y hasta de las tristezas, para que la casa no huela a tiempo que ya no nos toca.
En las tierras de mi casa recolectamos silencios… y aceitunas y melocotones, higos y uvas, pimientos y habas tiernas, patatas, sandias y melones, y hasta aire limpio con el que llenar nuestros pulmones.

Mi casa está en ciernes del cortijo Martos –conocido en otros tiempos como “cortijo de los Habillares”- quizás, uno de los más antiguos de la zona- en el camino de la Torre, Hoyo de los Dolores, de la pequeña Ciudad de Baza, en la provincia de Granada. Ella duerme sola todos los inviernos hasta que llega la Semana Santa, entonces, abrimos sus puertas y ventanas y guardamos en el baúl de madera y bronce viejo, todos, todos sus silencios.




(Dedicado a mi familia)
Publicado por Yolanda Gutiérrez Martos en 16:36 | 0 comentarios  
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