9/3/09

DOMINGO TRISTE

Intentaba escribir unos versos, y no he podido. Me he levantado de la silla del estudio -impulsada por la melancolía- a mirar por la ventana. A menudo lo hago. Me gusta contemplar el mar frente a mí, tan majestuoso, tan inmenso y eterno. A veces, respiro profundamente, y siento como una bocanada de aire fresco impregnado de su aroma, me renueva. Es la magia de la vida.

Hoy, ese mismo mar que siempre me colma de dicha, sólo me evoca nostalgia. Lo miro, y la distancia hasta el horizonte me parece infinita. Me cuesta creer que después de varios horizontes haya algo más. Y entonces, no puedo remediar pensar, que en este mismo instante, una parte de mí viaja en un avión rumbo hacia el que ahora es su hogar. De repente el vacío me abarca por completo.

Estoy experimentando ese estúpido sentimiento de confusión que produce la dislexia y que me da la oportunidad, por unos instantes, de visualizarme desde fuera de mi cuerpo, desde otra perspectiva, a unos treinta centímetros por encima de mi cabeza. Me veo todavía inmóvil, en pie, junto a la ventana. Y entonces, a una velocidad vertiginosa, acuden a mi cabeza cientos de recuerdos. En unos pocos segundos selecciono unos cuantos, y los amplio en perfectas y nítidas imágenes. La veo a ella, tan pequeña, tan risueña y coqueta. Sus ojos negros, tan redondos y grandes, me sonríen mientras termino de vestirla. Le pongo los calcetines y luego los pequeños zapatos. Con su diminuta mano se retira el pelo de su carita y me pide que no se lo recoja, quiere llevarlo suelto. Yo sonrío. Me hace gracia ver como juega a ser más grande.

Luego otro recuerdo -ahora más cercano a este tiempo- se cuela de repente entre los otros como una bofetada.

Ya no es una niña. Ha crecido. La veo llorar por el propio dolor de una clavícula rota, un traumatismo craneoencefálico, unas contusiones, unas quemaduras producidas por el roce del cinturón de seguridad, en el accidente. Pero sé con absoluta certeza, que el dolor que más le duele es percibir la decepción de alguien.

No me gusta que ese recuerdo haya acudido a mi cabeza. No me gusta. El rechazo hacia él me devuelve de nuevo a la perspectiva desde mi interior. Esta vez he conseguido apagar con rapidez el interruptor de la confusión, aunque sé que en cualquier momento puede volver a encenderse.

Me retiro de la ventana y me dirijo de nuevo al estudio. En ese corto trayecto, una frase se me escapa en voz alta:

“Mi niña… siempre mi niña”.



©Yolanda Gutiérrez Martos 2009
Publicado por Yolanda Gutiérrez Martos en 17:18 | 0 comentarios  
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