14/5/09

SANT POL DE MAR

Volví otra vez, como tantas veces, a reunirme con la calma, aunque su bravura me intimidara. Me acomodé sobre la arena, con la misma elemental postura de siempre, y miré al frente, esperando que las olas me susurraran algo. Mantuve la mirada fija sobre el horizonte, quizás durante horas. Ya no sentía la humedad sobre mis pies y la cómoda postura empezaba a ser dolorosa. El agua se tornó tímida y el silencio se burlaba de mí. Era tarde. Comenzó a llover. Recogí, con poca prisa, mis bolígrafos y mi cuaderno. Sabía que debía resguardarme o el agua me calaría hasta los huesos. La señora Margot tenía abierto su restaurante, allí encontraría cobijo y un buen plato de comida. Seguramente pescado con una suculenta salsa.



Al entrar, la chica de la recepción me sonrió. Era costumbre suya, recibir con una gran sonrisa a todos los clientes. La señora Margot, que siempre me pareció anciana, me acompañó hasta una pequeña mesa. La misma. Quizá algún día, graven sobre su gruesa madera, que una solitaria poeta se sentaba allí, cada domingo de mediados de mes, a las dos de la tarde, a esperar.



Abrí de nuevo mi cuaderno de notas, y mientras garabateaba sobre él, con el mismo ritual de todas las veces, observaba con atención la originalidad de la decoración de sus pequeños salones. Era sin lugar a dudas, un lugar diferente, hallado por casualidad, un domingo de un mes de mayo. Margot me sirvió el vino. Un exquisito vino blanco con el que acompañar el pescado, y también, a mi soledad. La anciana me miró y con gesto serio y rígido, movió la cabeza de lado a lado. Conocía con certeza el significado de su negación. “Él no volverá”. Sí, eso significaba. Pero también sabía que ella se equivocaba. Nadie lo conoce como yo. Me dio su palabra. Dijo que vendría a buscarme, y un día lo hará. Creo que ya falta menos.



Este domingo volveré de nuevo. La playa de Sant Pol de Mar, es para mi piel el más cálido abrazo. Es nuestro hogar. Dejaré que me bañe su sol, y que la espuma de sus olas revoltosas me mojen los pies. Pasearé por las estrechas calles del pueblo y en Ca l’Hugas degustaré una deliciosa caña fría. Subiré por las callejuelas de detrás mientras la suave brisa juguetea con mi pelo. La señora Margot volverá a ofrecerme su pequeña mesa para dos comensales. Y yo… esperaré hasta que él llegue.







©Yolanda Gutiérrez Martos 2009
Publicado por Yolanda Gutiérrez Martos en 10:02 | 1 comentarios  
Etiquetas:
9/3/09

DOMINGO TRISTE

Intentaba escribir unos versos, y no he podido. Me he levantado de la silla del estudio -impulsada por la melancolía- a mirar por la ventana. A menudo lo hago. Me gusta contemplar el mar frente a mí, tan majestuoso, tan inmenso y eterno. A veces, respiro profundamente, y siento como una bocanada de aire fresco impregnado de su aroma, me renueva. Es la magia de la vida.

Hoy, ese mismo mar que siempre me colma de dicha, sólo me evoca nostalgia. Lo miro, y la distancia hasta el horizonte me parece infinita. Me cuesta creer que después de varios horizontes haya algo más. Y entonces, no puedo remediar pensar, que en este mismo instante, una parte de mí viaja en un avión rumbo hacia el que ahora es su hogar. De repente el vacío me abarca por completo.

Estoy experimentando ese estúpido sentimiento de confusión que produce la dislexia y que me da la oportunidad, por unos instantes, de visualizarme desde fuera de mi cuerpo, desde otra perspectiva, a unos treinta centímetros por encima de mi cabeza. Me veo todavía inmóvil, en pie, junto a la ventana. Y entonces, a una velocidad vertiginosa, acuden a mi cabeza cientos de recuerdos. En unos pocos segundos selecciono unos cuantos, y los amplio en perfectas y nítidas imágenes. La veo a ella, tan pequeña, tan risueña y coqueta. Sus ojos negros, tan redondos y grandes, me sonríen mientras termino de vestirla. Le pongo los calcetines y luego los pequeños zapatos. Con su diminuta mano se retira el pelo de su carita y me pide que no se lo recoja, quiere llevarlo suelto. Yo sonrío. Me hace gracia ver como juega a ser más grande.

Luego otro recuerdo -ahora más cercano a este tiempo- se cuela de repente entre los otros como una bofetada.

Ya no es una niña. Ha crecido. La veo llorar por el propio dolor de una clavícula rota, un traumatismo craneoencefálico, unas contusiones, unas quemaduras producidas por el roce del cinturón de seguridad, en el accidente. Pero sé con absoluta certeza, que el dolor que más le duele es percibir la decepción de alguien.

No me gusta que ese recuerdo haya acudido a mi cabeza. No me gusta. El rechazo hacia él me devuelve de nuevo a la perspectiva desde mi interior. Esta vez he conseguido apagar con rapidez el interruptor de la confusión, aunque sé que en cualquier momento puede volver a encenderse.

Me retiro de la ventana y me dirijo de nuevo al estudio. En ese corto trayecto, una frase se me escapa en voz alta:

“Mi niña… siempre mi niña”.



©Yolanda Gutiérrez Martos 2009
Publicado por Yolanda Gutiérrez Martos en 17:18 | 0 comentarios  
Etiquetas:
Suscribirse a: Entradas (Atom)