1/10/10

Algo más

Pasada la medianoche decidió volver a casa, se sentó en uno de los peldaños del porche de la entrada. Durante un rato observó las llaves y el curioso orden que tenían dentro del llavero –de mayor a menor, o viceversa- Parecían estar colocadas de forma minuciosa, y sin embrago, él mismo las había colocado al azar cuándo tuvo que mudarse a la casa de la playa. Irene lo había desterrado allí, tras enterarse que se había estado “tirando” a su amiga Laura. Él siempre lo negó, pero nunca logró convencer a su mujer, ni a nadie.

El proceso de divorcio estaba siendo largo y tedioso, Irene, no solamente no quería la custodia compartida sino que pretendía obtener la patria potestad de los niños. Aun para ella, una abogada matrimonialista, especializada en divorcios difíciles –y en joder al oponente de su cliente- estaba siendo una tarea ardua. Quim podía ser el más infiel de los hombres, pero en el fondo, quien lo conocía sabía que era un buen tipo. Incluso Irene, lo tenía claro, tal vez por esa razón ella decidió contratarme. Todavía me parece oír sus palabras el día que firmamos el acuerdo privado: “Ese cabrón me las va a pagar”. En seguida, en mi cabeza se formó una idea de cómo era Quim, y pensé que el día que lo conociese tan sólo me parecería un perfecto idiota incapaz de reconocer a una arpía. Aunque bien pensado, seguramente debe ser muy difícil reconocer a semejante alimaña en la persona con la que te has casado, y a la que se supone amas sin reparos. Después de todo, bien dicen por ahí, que el amor es ciego… yo creo además, que cuando por fin ves la realidad, no es que deje de ser ciego, es simplemente que deja de ser amor. En el caso de Quim, pasó de ser amor, a ser aburrimiento e indiferencia. En el caso de Irene… en el caso de Irene, dudo mucho que alguna vez hubiese sido amor.

Irene me contrató, única y exclusivamente para joderle la vida a Quim. Nunca pensé que alguien fuese capaz de idear un plan tan maquiavélico, sólo la mente de una loca… o de una psicópata es capaz de algo así. Y yo, por cien mil euros, acepté. Después de todo, por qué coño iba a importarme él… ni ella.

(Continuará...)



©Yolanda Gutiérrez Martos
Publicado por Yolanda Gutiérrez Martos en 10:11 | 0 comentarios  
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12/4/10

Mi casa

Mi casa está hecha de senderos, algunos conducen a las acequias de regadío donde fluye el agua... y pasa por mis pies descalzos, y los moja, y los abraza. A los lados del camino de tierra fina y seca, que levanta polvaredas tras los pasos, se halla entre verdes matorrales, el mismísimo paraíso.

Mi casa nace en el camino de la torre -llamado así en honor a la vieja y entristecida construcción que fue destinada, en tiempos de la reconquista, a ser una de las tres torres vigías que custodiaban la ciudad árabe para defenderla de los cristianos- y ese camino se extiende más allá del rio que alcanza el barrio de cantarranas.

Mi casa es pequeña e infinita, huele a veces a tierra mojada, y en las noches de verano, del alto techo, cuelgan miles de lucecillas que nos alumbran las veladas. Tiene un pozo de agua fresca y clara que sabe a pura delicia, y un zarzal gigante con ricas moras que de no tener cuidado te tiñen la ropa -y las manchas de las moras de mi casa no se quitan con nada, por más que lo diga una copla.

Mi casa está a los pies de la gran Sierra de Baza. En los inviernos cuando nieva parece querer helarte el alma, quizás porque se pone triste y se amilana, quizás porque se siente vieja. Desde una de las cien ventanas de mi cuarto descubierto, la miro todas las mañanas. La observo durante un rato y pienso; ¡Quien pudiera mirarte siempre, desde lejos, y cuando ya no me quede mirada!

Mi casa sabe a tardes de invierno, a migas con chorizo y a gachas tortas. Sabe a uvas de las parras de mi abuelo, a los enormes tomates rojos recién cogidos de la mata, que mi padre prepara con sal y pimienta y su chorrito de aceite. Sabe a las risas de mis hermanos, las de antaño, cuando niños, y las de ahora. Sabe a las coplas que mi madre canta mientras tiende la ropa junto a los rosales.

Mi casa es suave y alegre, las ventanas abiertas de para en par, emiten risas, y sus cortinas de blanca seda revolotean en las habitaciones formando una fiesta. Tiene un gran baúl de madera con remates en bronce viejo, donde cada primero de agosto siempre guardamos el perfume de los años, de los recuerdos, de los veranos, y hasta de las tristezas, para que la casa no huela a tiempo que ya no nos toca.
En las tierras de mi casa recolectamos silencios… y aceitunas y melocotones, higos y uvas, pimientos y habas tiernas, patatas, sandias y melones, y hasta aire limpio con el que llenar nuestros pulmones.

Mi casa está en ciernes del cortijo Martos –conocido en otros tiempos como “cortijo de los Habillares”- quizás, uno de los más antiguos de la zona- en el camino de la Torre, Hoyo de los Dolores, de la pequeña Ciudad de Baza, en la provincia de Granada. Ella duerme sola todos los inviernos hasta que llega la Semana Santa, entonces, abrimos sus puertas y ventanas y guardamos en el baúl de madera y bronce viejo, todos, todos sus silencios.




(Dedicado a mi familia)
Publicado por Yolanda Gutiérrez Martos en 16:36 | 0 comentarios  
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